¿De
qué estamos hablando, entonces? ¿Cómo funciona la comunicación para la paz? Y,
sobre todo, ¿en qué se diferencia de la comunicación tout-court? Para responder a estas preguntas quiero invitar a nuestros lectores a un breve
recorrido conceptual por las cuestiones
fundamentales que acabamos de enunciar, de manera tal que se logren claridades
y precisiones acerca del mecanismo propio de la comunicación para la paz.
Para
comenzar, es necesario aclarar que la comunicación para la paz es un proceso social de mutua comprensión,
basado en la creación y en la construcción de consensos y en el diálogo de
saberes: una dinámica polifónica que, como en una orquesta, se realiza en
acción concertada, con la coordinación y participación activa de todos los
actores implicados y basada en el fortalecimiento de las redes sociales.
Precisemos aquí algunas palabras clave que discutiremos más adelante, a lo
largo del texto: diálogo, acción y coordinación; palabras y conceptos que nos
ayudan a entender que para dialogar y actuar de manera coordinada es necesario
que todos los actores sociales puedan participar en ese proceso. Ahora bien,
¿qué entendemos por participación? ¿Y por qué la participación puede tener
efectos “revolucionarios” en las
comunidades?
Nuestro
rápido recorrido a través de los
elementos más significativos de la comunicación para la paz nos muestra un
nuevo enfoque para la intervención social.
Las ciudadanías se han transformado y con ellas evolucionan los esquemas de acción para generar cambios.
No podemos esconderlo: los ciudadanos posmodernos -en Londres como en Mumbai,
en Nueva York como en Lagos- se están transfigurando en “súbditos” poco
inclinados hacia la responsabilidad
individual, faltos de sensibilidad en cuanto al destino moral de la humanidad,
despreocupados en cuanto a adquirir compromisos
consigo mismos y, menos aún, con el mundo; convencidos de que la receta
de la felicidad consiste, principalmente, en entregar “votos en blanco” a todo individuo u organismo que muestre
aquel talento inefable que se llama carisma. Para contrarrestar esta tendencia,
la comunicación para la paz debe tener como prioridad la formación y el
empoderamiento de unas audiencias conscientes y criticas. El cambio social debe
intervenir para permitir el bienestar general a partir de la participación de
todos. Se trata, lo decimos una vez más, de un giro conceptual que tiene los
alcances de una revolución para quienes se ocupan a nivel profesional de las
posibilidades ofrecidas por la comunicación para el desarrollo. Sintéticamente,
quiero presentar aquí los puntos focales de este cambio, para que sirvan de
argumento de reflexión para el profesional interesado en aplicar (o en
profundizar) estos patrones operativos:
·
El
primer cambio se refiere al objeto de la intervención. Se pasa de las masas
como destinatarias de un mensaje (dirigido a transformarlas) a los individuos y
las comunidades como agentes de su propio cambio.
·
El
segundo cambio se enfoca hacia el objetivo de la intervención. En este caso, en
vez de centrarse en los comportamientos individuales (que necesitan
“progresar”), el interés del proceso debe fortalecer un desarrollo desde
adentro de las normas sociales, políticas
de gestión de los recursos, cultura y de un medio ambiente adecuado.
·
El
tercer cambio aplica para la fase de toma de decisiones de la intervención. Si bien la escuela
clásica había acostumbrado a considerar la lógica comunicativa como una
secuencia (productiva) de diseño, prueba y distribución de un mensaje; la
apuesta humanista de la comunicación para la paz nos induce a reconsiderar esta
praxis. Su labor debe dirigirse hacia el apoyo al diálogo y al debate sobre
temas claves de interés para un determinado colectivo, con la participación de todas
las instancias interesadas.
·
La
cuarta transformación se refiere a los aspectos
operativos. Las operaciones comunicativas de muchas administraciones,
ONG o agencias para el desarrollo se basan en el traspaso de información a
cargo de técnicos expertos. En este two-step flow el mensaje se complejiza y
se vuelve difícilmente digerible para las comunidades. Nuestro cambio quiere
incorporar adecuadamente esta información a los espacios de diálogo horizontal:
debates, foros y encuentros ciudadanos. Una comunidad informada, ya lo sabemos,
puede tomar decisiones sobre su destino de manera más consciente y crítica.
·
El
cambio precedente induce a otra transformación -la quinta- inherente al papel
de los “expertos externos" que, en el paradigma modernista, dominan y
guían el proceso de desarrollo. Dado que la paz se construye desde el interior se
le otorga el papel protagónico a los verdaderos sujetos de la comunicación: las
comunidades afectadas por un problema.
·
El
sexto cambio se traduce en un abandono de la praxis persuasiva que asignaba a
la comunicación la responsabilidad de convencer a la gente para que actuara de
determinada forma. La comunicación para la paz no acepta el discurso persuasor:
su único papel es el de contribuir a motivar a los colectivos para debatir
sobre la mejor forma de avanzar en un proceso de colaboración. Lo cual
significa, también, que el marco de este cambio no es una reglamentación
impuesta “desde arriba” sino, por el contrario, una “normativa consensuada” por
todos los actores participantes que, por
tal motivo, es aceptada por todos.
En
fin, podemos simplificar al extremo diciendo que hay que pasar de un modelo top-down a un modelo bottom-up, y esto implica que cada fase
y cada aspecto de todo proceso comunicativo tenga como objetivos la paz, la
justicia y la dignidad humana. Se trata aquí de resaltar y amplificar el rol
movilizador y empoderador de la comunicación que, en esta perspectiva, puede
contribuir para que las comunidades se cuestionen (y reflexionen) sobre su
identidad, su praxis y su futuro. O, para decirlo de otra forma, para que cada
colectivo pueda investigarse y contestar a tres preguntas clave: ¿quiénes
somos?, ¿qué queremos? y, finalmente, ¿cómo podemos obtenerlo?
La comunicación al servicio de la
paz
Podemos
imaginar la comunicación como una red de interacción de contenidos, situaciones
y comportamientos. Este tejido social (y vivo) representa el terreno de juego
de los actores sociales (los-que-comunican) quienes actúan entre ellos a partir de acciones y
percepciones que generan relaciones. Puesto que los actores de la comunicación
pueden ser incalculables dado que no se
limitan a aquellos que “dicen algo” de manera más expresiva y manifiesta,
tenemos que admitir que las partes que interactúan en esta mecánica relacional
no tienen un control, ni siquiera parcial, del sistema en el cual participan.
Como lo señala Humberto Maturana, la comunicación es de naturaleza
transaccional y los intercambios, reciprocidades y estrategias que genera son
de tipo interactivo (1997). La comunicación, entonces, hace parte del sistema
de interacción de los individuos como mecanismo que logra cohesionarlos o
separarlos. Esta mecánica sigue unas reglas
básicas, surgidas socialmente para construir significados, comportamientos
y racionalizaciones por medio de las cuales actuar, de tal manera que así como existen leyes de convivencia social,
también están las de la comunicación social. La convivencia necesita de
comunicación y ésta, a su vez, se basa en una interacción colectiva
caracterizada por un intercambio de
ideas y acciones entre los actores sociales, por medio de la cual fluyen estrategias, intereses y relaciones
de poder que producen lógicas colectivas enmarcadas en el contexto social de
referencia. No es casual que los
sistemas comunicativos de cada cultura representen un patrimonio que captura la
atención de antropólogos y viajeros , que va más allá de lo folclórico y que,
por el contrario, debería ser considerado como la llave de acceso a las lógicas
de relación social y de equilibrio sistémico: un equilibrio que incluye los
niveles familiar, grupal y comunitario.
Ahora
bien, ¿qué es la comunicación? Si seguimos el razonamiento del párrafo
precedente hasta sus límites extremos, nos encontramos con la respuesta que
nunca hubiéramos querido escuchar: la comunicación es todo. Es el arte, la
palabra, el discurso, la literatura, la pintura, el diálogo comunitario, la
organización de tiempos y espacios, la información, la contra-información, la
propaganda, la denuncia, la publicidad y, obviamente, los medios de
comunicación. Todos los seres vivientes comunican: los humanos, los animales,
los vegetales. Hasta los hongos y los protozoos comunican. Es más: la
comunicación no es un acto en sí, limitado a un emisor, un mensaje y un
receptor. Al contrario, es un proceso
constante de construcción de sentido en el cual existen diferentes juegos,
relaciones de fuerza y estrategias que pueden generar colaboraciones o
conflictos. Todo depende de la representación que cada actor social (ser humano
o protozoo, es igual) se hace del otro y del rol que le asigna para su
sobrevivencia social. Nuestro espíritu natural de conservación nos induce a
buscar formas sociales de organización, pero también nos impulsa hacia una
“lucha por la existencia” (física y
cultural), que se refleja en conflictos y crisis. Tricia Jones y Heidi Brinkman
(1997) llegan a afirmar que el conflicto debe entenderse como un acontecimiento
comunicacional, una interacción paralizada, empotrada en rigideces y prevenciones,
para cuya solución los actores implicados están dispuestos a entrar en disputa.
Comunicar
para la paz, entonces, significa facilitar la creación y la gestión de procesos
comunicativos dialógicos dirigidos a la construcción de tejido comunitario en
un contexto de paz y justicia social, sin importar la forma expresiva
utilizada.